Por ello, quisiera ocuparme acá de mostrar como los cuentos infantiles han reforzado y refuerzan los estereotipos masculino y femenino tal como los conocemos. Los varones tienen el monopolio del coraje, la imaginación, la iniciativa, la astucia, el gesto heroico, la solidaridad acon sus congéneres así como también la posibilidad de emplear la violencia, ya sea en defensa propia o como medio para conseguir sus fines. A las mujeres nos queda la abnegación, el sometimiento, la mansedumbre, la rivalidad con nuestras congéneres, la fragilidad y hasta el servilismo rotulado como actitud positiva.
A las mujeres de estos cuentos, ya sean ellas reinas o plebeyas, no se les conoce otra ocupación que la de amas de casa. Los varones, en cambio, realizan toda clase de tareas, desde gobernar hasta hacar leña. En los varones se recompensa la iniciativa y el espirítu de aventura con poder y riquezas. En las mujeres se recompensa la abnegación y el sometimiento con el matrimonio y punto.
Para describir al héroe de un cuento, el autor puede elegir entre una amplia gama de cualidades humanas, pero describir a la heroina es más simple: joven y bella.
Librada a su propia iniciativa, Blanca Nieves puede sólo realizar quehaceres domésticos o cae en las trampas de su madrastra. Como Caperucita y como la Bella Durmientoe, no sabe cuidar de sí misma. Por ello, debe ser salvada por el buen corazón del leñador, más tarde por los enanitos y finalmente por el príncipe. Esta bella joven, hija de rey, canta y sonríe mientras barre y concina para siete enanos mineros.
El personaje de la madrastra, tanto de Blanca Nieves como la de la Cenicienta, ilustra no sólo la tristemente célebre rivalidad entre mujeres sino también la advertencia que una mujer activa, lo es sólo en la maldad.
No hay una sola bella heroína que sea inteligente o audaz. Algunas son irremediablemente bobas (o irremediablemente miopes). Caperucita cree que el lobo en cofia y camisón es su abuela y Blan ca Nieves es incapaz de ver que la viejecita que trata de envenenarla es su madrastra disfrazada.
Las mujeres fuimos siempre las culpables de toda desgracia (y algunas religiones se han encargado de enfatizarlo). Porque la madre de Caperucita no sabe cuidar de su hija, y de brujas y madrastras mejor no hablar. Pero a los padres (varones), se los exime de culpa y cargo: demasiado ocupados con cuestiones de Estado o con su trabajo, o dsimplemente están influenciados por una mala mujer. Excepción hecha de Barba Azul y del ogro de Pulgarcito, los varones de los cuentos son juzgados con gran benevolencia. El Gato con Botas miente, roba y mata (pero en su caso porque es astuto) consiguiendo así un reino para su amo cómplice. Pulgarcito se defiende y también roba y mata. Nadie se lo reprocha. Es el héroe que triunfa.
El valiente, el audaz, el capaz del gesto heroico para salvar a las niñas bellas de las garras de lobos, madrastras y Barbas Azules, es siempre un vareon. Con la sola exceptión del Hada de Cenicienta. Pero, claro, en el mundo de la magia todo es posible.
A la Bella Durmiente, la única actividad que se le conoce, es la de haber metido su principesco dedito donde no debía. Así, fue dormida por el huso de la bruja y fue despertada por el beso del príncipe. El príncipe caza, monta, explora y descubre mientras la bella duerme.
Y se podría seguir. Pero esto ya da una idea de la misoginia implictita en los cuentos que van formando las personalidades de nuestras hijas, y también las de nuestros hijos.
Habrá servido de algo si sólo una persona,
madre o padre, se inquieta, toma conciencia y se hace capaz de contar a
su hija alguno de estos hermosísismos cuentos con los cambios necesarios
para que la niña pueda verse a sí misma como poseedora no
sólo de ternura y aftecto sino también de inteligencia, audacia,
imaginación, y solidaridad. Y a su hijo como poseedor no sólo
de inteligencia, audacia, imaginación, y solidaridad, sino también
de afecto y ternura.
Hilda Ocampo, Diario la Opinión ,
in Valdés, Dvorak, Hannum, 1984. Composición:
Proceso y síntesis. pp. 203-204. New York: Random House.